Tienda de pan
En la esquina de Paraguay y Jean Jaures, en diagonal a una placita, se aloja un localcito humilde que hace de los recuerdos un mercado. Podés olerlo cruzando la cuadra, con la vidriera toda tapada de gente que saca turno para comprar un pancito, copando la vereda. Suelo pasar por ahí por lo novedoso de sus productos. De donde soy oriundo éstos no se consiguen. En todo el país probablemente sea el único lugar en donde se produzcan con tanto amor.
Lo curioso es que por más novedoso que sea, no es nuevo.
Los dichosos pancitos vienen cargados con un peso histórico. Sobreviviendo, proliferando a miles de kilómetros de distancia de su lugar de origen, con un saborcito a nostalgia que se escapa a mi paladar, por el sesgo cultural vio.
Ahí no tienen budines, no tienen facturas. No hay churros, sanguchitos de miga, ni berlinesas. Ahí te venden pan de queso, cachito con papelón, mini lunch, torta tres leches, golfeados, tequeños...
Tienen mucho más, pero no hay café. No es una cafetería, es una panadería. Se llena como una cafetería porteña cualquiera, pero no lo es. Vas, comprás, te sentás a comer ahí nomás y te vas.
Es un lugarcito maravilloso que se queda chico en donde están. Te das cuenta por la fila que se hace. Te das cuenta porque no dan más que explotan de gente y eso que se mudaron hace unos meses.
Me quedé esperando una hora haciendo fila para comer pan.
Pucha, que hambre...