Por un libro de Hesse - Gaby
Ella era muy extravagante, acostumbraba usar palabras raras que sacaba de los libros que leía a diario. Su pasión se reflejaba en su forma de hablar acerca de las cosas cotidianas en contraste con su pasatiempo favorito, todo tenía relación con algo que había leído en algún lugar.
Divertida, exultante, impredecible y medio loca, de cuando en cuando me tomaba por sorpresa con expresiones tan elocuentes seguidas de sus rabietas dignas de un enfermo de Tourettes. Todo cuanto decía era música para mis oídos, sea la Gaby literaria, dama de hermosas palabras o la Gero agresiva, directa y contundente.
Resulta que había mucho más que agregar a la historia cuando comenzó a narrar con lujo de detalles el drama de su adolescencia. Intentaré ahora reproducir con sus palabras el amorío juvenil que se escondía detrás de una pequeña, rasgada servilleta de papel.
"¡Gabriela Gerónimo! preste atención"
La cansina voz de la profesora taladraba mis delicados oídos, privándome de mi delicioso festín que eran las intoxicantes palabras impresas en El Retrato de Dorian Gray. ¿Cómo era posible que tan majestuosa obra me absorbiera de la monótona realidad que debía enfrentar a diario?¿De dónde surgía ese amor a la retórica que sofocaba mis más oscuros días, para arrastrarme a un mundo donde la belleza era digna de mi ensoñación?¿Quién se creía esa hija de puta para hablarme así?
Venía volando entre nubes cuando caí de palomita en el salón. La peor clase de matemáticas había vuelto mi amada lectura en una pesadilla llena de derivadas, integrales y fórmulas horrendas.
"Tome esa calculadora y lo que le queda de cerebro, y vaya a resolver el ejercicio, jovencita".
La vieja me tenía envidia, porque era hermosa, lista y libre. Además me garchaba a su nieto, pero ella no lo sabía, me odiaba por instinto, porque apenas era una niña y ya era más mujer de lo que ella podría haber sido nunca. Esa tarde me comí el garrón del verano: un castigo poshora, una charla con el preceptor y una más con la directora. Buen comienzo de vacaciones. No me olvido más el semblante ceñudo de Marta, la directora del colegio, escrutándome de arriba a abajo, evaluando con cuidado sus palabras porque ella ya me conocía tan bien como al pañuelo con el que se ataba el cabello todos los días.
En el silencio observaba la verruga de su mejilla izquierda, tan delicado ornamento cincelado en su rostro de porcelana china. En su juventud ya había alcanzado el admirable logro de ganarse el respeto de docentes y padres por igual, lo cual no era poco entre tanto desquiciado, controlador y sobreprotector.
"¿Cómo vas con la facu, Gaby?" su tono familiar era dopamina, me bajaba un cambio, me podía. Yo adoraba a la vieja y ella me comprendía mejor que nadie. Era el cable a tierra que me hacía falta siempre que tenía un mal día, lo cual era una constante en mi vida llena de abusos y ausencia.
"Ya rendí dos de tres. No me tengo mucha fe con filosofía, pero aún si me saco un cuatro llego al promedio" respondí casualmente, como si el silencio incómodo no hubiese llenado la habitación cinco minutos antes. La sonrisa que se dibujó en su rostro me llenó de una sensación reparadora, sacándome de encima el cansancio de toda una noche en vela a causa del estudio ininterrumpido de nombres de filósofos y sus jodidas tesis.
"Esas ojeras me dicen que vas por más que un cuatro".
Era obvio que iba a notarlo, me conocía demasiado bien y su intelecto era un arma muy precisa en manos de ella. Marta Piancini era detallista, observadora y ágil de mente, no se le escapaba nada. Con sus treinta años, su delicadeza femenina era comparable a su habilidad para la empatía. Psicóloga de profesión, maestra de la vida y mi más querida persona en este mundo. Cada vez que hacía notar su presencia, donde sea que fuere, el lugar se llenaba de un aire de respeto. Como si la presión atmosférica de repente se disparara.
En ese momento la observaba impaciente, expectante. Mi vida estaba por dar un giro muy importante y la ansiedad me carcomía por dentro. Entre el arranque de la universidad, la preparación para la mudanza y todo el tema de la tutoría, las entrañas las tenía hechas un manojo de nervios por las ganas de vomitar cada cuarto de hora. Un poco más de silencio, en el que miro atentamente mis zapatos, intentando esconder la vergüenza de no poder ocultar ningún secreto porque sé (y ella sabe también) que se daría cuenta. La risita de Marta, sin embargo, corta con toda tensión.
"Sé que estás ansiosa, querida, yo me siento igual. Desde hace un año que vengo esperando los papeles y hace aún más te esperaba a vos. Sólo un par de días más... Paciencia, Gaby"
Tuve que esforzarme por no llorar, mi silencio era mejor que mi llanto y me moría por decirle tantas cosas. Pero la congoja me producía nudos en la garganta y el paso del tiempo no ayudaba a aliviar el peso que tanto deseaba quitarme de encima. Dejamos pasar un momento antes de que trague saliva (que asco la expresión tragar saliva, es como sacar una bandera como esas, viste. Las que usan cuando toman la facu y le ponen todo tipo de leyendas subversivas: "peronismo es nazismo!"; "Dónde está Dorrego?" y cosas así. No saben llegar a Dorrego? En fin). Antes de que trague saliva, con la notoriedad que eso conlleva, y largue todo lo que tengo adentro así todojunto.
"Ma... Marta... Es todo muy repentino. No es que no me guste, me encanta. Pero siento que venía esperando este momento desde hace tanto... Y no puedo contener tanta emoción, por primera vez soy feliz en mucho tiempo y quiero que todo salga bien."
"No sos la única, cariño." Directa y contundente.
Mamá siempre fue así, incluso antes de conocerme.
Hija única, padre viudo, tío enfermo. Una tarde mi tío derrapó y los pocos patitos que le quedaban en fila salieron volando junto con los sesos de su hermano.
Tío loco, papá muerto.
Entonces mamá me adoptó y el final feliz comenzó como una de esas historias donde la tragedia es sólo un recuerdo. Un trauma del pasado que la costumbre a la locura amortiguó cuando el gatillo liberó la veintidós que apagó la sonrisa de papá para siempre. Lloré tres semanas hasta quedar como una pasa, tan seca que no transpiraba. Viví en casa de una amiga los primeros días, hasta que Marta solucionó la tutoría y la adopción que nos uniría de por vida. Si te pones a pensar era algo completamente irrelevante que tuviera un adulto responsable cuidando de mí. En dos meses iba a cumplir dieciocho y me iba a ir a la mierda apenas fueran las doce de la noche para dejar atrás al desquiciado de mi tío y al inútil de papá.
Ojo, no me malentiendas. Yo lo adoraba a papá, pero era muy pelotudo. No quiso hacerse cargo de su hermano como corresponde, dependía de mí para casi todo y la plata que hacía se la fumaba con sus amigos.
Sin embargo, con mamá a cargo ahora las cosas eran muy distintas.
Tuve la oportunidad de sentir el amor de una madre, de ser infantil, de olvidarme de mis responsabilidades y recuperar mi inocencia. O al menos una parte. Cuando estás tan rota es difícil volver a ser algo que nunca pudiste ser. Mucho más cuando no podés encontrar los pedazos de lo que fuiste, y precisamente yo no recuerdo haber tenido una infancia digna de reparar.
Marta era mi ángel guardián. Cuando llegó con los papeles, las posibilidades de asistir a una universidad fueron por primera vez tangibles. Antes estaba estancada entre prostituirme o mulear droga. Y con el tiempo, empecé también a quererme a mi misma casi tanto como la quería a ella o como ella me quería a mí. El sexo casual poco a poco perdió el sentido y mi única amiga pasó a ser mi mejor amiga, así podía diferenciarla emocionalmente del resto de mis amigos. Tenía amigos, la puta madre.
Ella estuvo luchando un año entero para que declaren a papá incompetente y así rescatarme, pero la justicia la había tomado de punto y simplemente no quiso complacerla. Un juez re machista y reprimido se había "compadecido" de papá, no sé si era eso o quizás era amenazado por mi tío que por alguna macabra razón no quería dejarme ir.
Marta y su abogado prepararon todas sus armas luego del incidente y le dejaron al juez un agujero tan grande en el culo que no iba a poder sentarse por dos años consecutivos sin pensar en mí como una hemorroide, una mancha en su historial de juez perfecto a favor de los desamparados padres que no tendrían la oportunidad de ver a sus nenes hasta que sean mayores de edad. Todo gracias a él. Se creyó Superman y resultó ser mortal.
Recuerdo que ella estaba medio sentada contra el escritorio del despacho, hasta que en un momento se levanta y empieza a pasear de un lado a otro. Así te dabas cuenta que su mente arrancaba. Estaba tramando algo grande, sólo que no era partícipe de la magnitud de su plan.
"Gaby, yo me pregunto ¿Tenías que insultar a Bonelli?.. Justo el último día de clases" Había un tono de decepción en su voz que me partió en dos.
"Si es una vieja forra, sabés que me odia. Más de una vez me la hizo difícil con las evaluaciones y siempre se la agarra conmigo. No me desaprobó el recuperatorio porque lo haya hecho mal, porque lo hice bien-" "Gabriela Gerónimo" Su voz autoritaria me calló de inmediato. Sentía como me iba poniendo toda roja. "Gaby querida, no podés hablarle mal a una profesora, no importa que haya pasado. Si vas por la vida tratando así a las personas te vas a hacer enemigos al pedo ¿Te imaginás como sería si no pudieras pasar un exámen en la universidad por un problema de actitud? Eso sí es frustrante ¿Cuál es el punto si sabés que las consecuencias sólo te pueden perjudicar? Si me dijeras que lo hacés por una causa, por proteger a alguien o para cambiar el status quo, te entiendo ¿Pero una riña personal? ¿Con qué fin?"
De repente encontré mis zapatillas super interesantes. Mamá tenía razón ahí, más aún porque hablaba desde la experiencia. Si ella decía eso es porque lo vivió y lo pasó mal (y en otra ocasión te puedo contar las que se mandaba de chica) y no quería que yo pase por lo mismo.
"Bueno Ma, voy a portarme bien." Le dije. Mirá ceder es algo que nunca hago, ya te habrás dado cuenta. Pero con Marta siempre fue distinto, ella tenía esa cualidad irrepetible que jamás podría encontrar en otro ser humano. Era delicada y estricta a la vez, inteligente, locuaz, todo. Amarla con cada maldito pensamiento era decir poco. Pero ella no iba a conformarse con un regaño, unas disculpas y listo, todo en orden; todo bonito. No, era necesario un castigo ejemplar para que en la escuela se sepa que no hay trato preferencial.
No se le había podido ocurrir algo peor; Sus castigos eran la vivificación del concepto pasivo-agresivo. En retrospectiva era algo muy estúpido, en serio. Te lo digo ahora y me siento una ridícula pensando la bronca que sentí ese día...
"Vas a ayudar el resto de la tarde a la profesora Bonelli en la biblioteca, hoy está ella a cargo del registro y tienen que cerrar con el inventario en orden."
Tan sencillo y tan contundente.
Convengamos que no es un castigo tan severo: tareas de biblioteca, un lugar que me encanta. De hecho era algo que podría haber hecho en mis tiempos libres (si se me hubiese ocurrido), y habría aprendido mucho de la bibliotecaria. También se llamaba Marta y estaba más sorda que Bethoveen, pero era un dulce de leche, más cariñosa que cualquier otro adulto. Aparte la sordera traía ventajas extra, podías hablar casi a los gritos que no se daba cuenta, imaginate cuando los pibes iban a tranzar ahí escondidos.
Marta dos era una vieja re copada. Me cayó bien de entrada y le agradé yo también. Lo que no entendía era cómo le podía caer bien Bonelli. De Marta no me sorprendía, su vocecita era una caricia en el alma, pero escuchar a Bonelli hacerse la linda y dirigirse tan familiarmente a Marta me hacía hervir la sangre. No entendía por qué, era instintivo. Se conocían de antes, obviamente, sólo que mi cabeza en ese momento era incapaz de procesar más allá.
"Y vos cómo venís para el ingreso a la universidad, Gabrielita? Me contó La Dire que tenés ya dos materias metidas, no?" Preguntó Marta dos, toda inocentona.
Los tres meses que siguieron a ese evento aproveché cada tarde para encerrarme dentro de ese sucucho horrible que se llenaba de parejitas todas calientes. Vivía corriéndolos con una escoba que saqué de la cocina mientras intentaba concentrarme en las materias que me faltaban cerrar. Bonelli tenía tanta paciencia que me parecía un sueño extraño tenerla ahí conmigo y con el pibito. Ahora que lo pienso, las parejitas dejaron de aparecer pasado un tiempo. Supongo que sabían que me iban a encontrar ahí. Preparada.
Para cuando tuve que rendir, no sólo aprobé. Le pasé el trapo a ese examen. Los profesores estaban encantados. Bonelli estaba que se meaba de la alegría. Era la mejor nota que me había sacado en matemáticas en la vida. Y salí de la escuela entendiendo todos los temas a la perfección, pero nunca más pensaba tocar los números más allá de usarlo para las compras, o las cuentas que estaba acostumbrada hacer en casa porque mi viejo no podía (o más bien no quería, me mandaba a mí a hacerlo). Ya estaba hasta las tetas de derivadas e integrales.
La universidad era el lugar donde mis más extrañas ideas hallaron origen. La concentración de tantas mentes inquietas me recordaban a los adictos que cada tanto papá traía a casa para doparse por horas con alguna de esas mierdas que se inyectaba en el brazo, sólo que la droga parecía ser el olor a viejo que te llenaba la nariz al abrir un libro, y a los adictos solías verlos arrinconados en grupos en la biblioteca tomando apuntes, compartiendo ideas como jeringas.