Gorra y Botón

El inconformista

De día surfeaba por las turbulentas aguas de información. Se llenaba de datos y excentricidades abismales cuya infinita caída era la madriguera de conejo más inalcanzable de todas las madrigueras de conejo del vasto páramo del conocimiento. Un océano rico en nutrientes para la mente, hoy envenenado por la ponzoña retrofiteada del uróboro artificial, cuya inteligencia escupía falsedades incomprobables o repetía como sinusoide lo que otros habían dicho, sin pensar dos veces en si su razonamiento era acertado o no.

Por las noches, en cambio, salía por las calles de su barrio a pedalear por la madrugada, después de tanta sobrecarga de (des)información que no entraba en sus métricas, que desarmaban sus cálculos haciéndolos trizas con contradicciones y recámaras de eco en las que los datos se ajustaban a los resultados, en vez de a la inversa, o los datos se manifestaban de la ignota; de la nada misma; de la imaginación de los que alucinan.

En esos momentos discernía verdad de mentira, objetividad de manipulación, bias de realismo. El aire fresco, carente de smog, llenaba sus pulmones con el ardor de su espíritu forjando el metal con el que sostenía sus ideales para soportar el peso de las responsabilidades del cambio.

Así era demoler el muro del estatus quo, en el que conformistas y oposiciones se refugiaban por no querer ver qué había más allá de las fronteras de la comodidad, de la pachorra, lo desconocido y aterrador del cambio.

Nunca se había planteado lo que saldría de tanta maraña de cosas que metía en su cuerpo, tenía un objetivo y golpeaba ferozmente contra el concreto y contra el metal, demoliendo y reforjando a la vez la aleación que lo sostenía. Tan perfecta era ésta que no se dió cuenta de que su dureza, su falta de maleabilidad, finalmente hizo que se quebrara, estallando en esquirlas que dañaban todo lo que lo rodeaba.

Una tarde, roto, derrotado y cansado, juntó los pedazos dispersos en la calzada y renunció a su sueño para perseguir el bienestar, reclamar su alma.

Y así, descartando las impurezas de su maravillosa aleación, su obra máxima, finalmente puso fin a su búsqueda, poniéndose así a sí mismo y su felicidad como prioridad antes que la de los demás.

Y sin embargo, aún ansiaba pelear.